jueves, 4 de agosto de 2011

El arte de conversar



¡Por fin alguien lo hizo! Acabo de leer en Internet que a la entrada de algunos restaurantes europeos les decomisan a los clientes sus teléfonos móviles. Según la nota, se trata de una corriente de personas que busca recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que los móviles interrumpan, ni los comensales den vueltas como gatos entre las mesas mientras hablan a los gritos.



La noticia me produjo envidia. Personalmente, ya no recuerdo lo que es sostener una conversación de corrido, larga y profunda, bebiendo café o chocolate, sin que mi interlocutor me deje con la palabra en la boca, porque suena su móvil. Gracias al móvil, la conversación se está convirtiendo en un esbozo telegráfico que no llega a ningún lado. El teléfono se ha convertido en un verdadero intruso.



Cada vez es peor. Antes, la gente solía buscar un rincón para hablar. Ahora se ha perdido el pudor. Todo el mundo grita por su móvil, desde el lugar mismo en que se encuentra. No niego las virtudes de la comunicación por el móvil. La velocidad, el don de la ubicuidad que produce y por supuesto, la integración que ha propiciado para muchos sectores antes al margen de la telefonía.



Pero me preocupa que mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos hablamos cuando estamos cerca. Me impresiona la dependencia que tenemos del teléfono. Con frecuencia, la sim card funciona más que nuestra propia memoria. El móvil más que un instrumento, parece una extensión del cuerpo, y casi nadie puede resistir la sensación de abandono y soledad cuando pasan las horas y este no suena. Por eso quizá algunos nunca lo apagan. ¡Ni en cine! He visto a más de uno contestar en voz baja para decir: "Estoy en cine, ahora te llamo".




Pero de todos, los Blackberry merecen capítulo aparte. Enajenados y autistas. Así he visto a muchos de mis colegas, absortos en el chat de este nuevo invento. La escena suele repetirse. El Blackberryen el escritorio. Un ruido que anuncia la llegada de un mensaje, y el personaje que tengo en frente se lanza sobre el teléfono. Casi nunca pueden abstenerse de contestar de inmediato. Lo veo teclear un rato, masajear la bolita, y sonreír; luego mirarme y decir: "¿En qué íbamos?".



Pero ya la conversación se ha ido al traste. No conozco a nadie que tenga Blackberry y no sea adicto a ella.Alguien me decía que antes, por las mañanas al levantarse, su primer instinto era tomarse un buen café. Ahora su primer acto cotidiano es tomar su aparato y responder al instante todos sus mensajes. Es la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de información y de la conexión con un mundo virtual, que terminará acabando, cuando se vuelva a descubrir el delicioso placer de conversar con el otro, frente a frente, cara a cara.