lunes, 16 de mayo de 2011

El valor de las palabras

Los griegos decían que la palabra era divina y los filósofos elogiaban el silencio


Cuenta la historia que en cierta ocasión, un sabio maestro se dirigía a su atento auditorio dando valiosas lecciones sobre el poder sagrado de la palabra, y el influjo que ella ejerce en nuestra vida y la de los demás.

- Lo que usted dice no tiene ningún valor -lo interpeló un señor que se encontraba en el auditorio.

El maestro lo escuchó con mucha atención y tan pronto terminó la frase, le gritó con fuerza:

- ¡Cállate y siéntate, estúpido idiota!.

Ante el asombro de la gente, el aludido se llenó de furia, soltó varias imprecaciones y, cuando estaba fuera de sí, el maestro alzó la voz y le dijo:

- Perdone caballero, le he ofendido y le pido perdón; acepte mis sinceras excusas y sepa que respeto su opinión, aunque estemos en desacuerdo.

El señor se calmó y le dijo al maestro:

- Le entiendo, y también pido disculpas y acepto que la diferencia de opiniones no debe servir para pelear, sino para mirar otras opciones.

Entonces el maestro le sonrió y le dijo:

- Perdone usted que haya actuado de esta manera, pero así hemos visto todos, de forma evidente, el gran poder de las palabras: con unas pocas palabras lo enfadé y con otras pocas lo calmé. Las palabras no se las lleva el viento, las palabras dejan huella, tienen poder e influyen positiva o negativamente... Las palabras curan o hieren a una persona. Por eso mismo, los griegos decían que la palabra era divina y los filósofos elogiaban el silencio.


Piensa en esto y cuida tus pensamientos, porque ellos se convierten en palabras; y cuida tus palabras, porque ellas marcan tu destino. Medita sabiamente para saber cuándo y cómo hay que comunicarse y cuándo el silencio es el mejor regalo para ti y para los que amas. Eres sabio si sabes cuándo hablar y cuándo callar.


Piensa muy bien antes de hablar, cálmate cuando estés airado o resentido, y habla sólo cuando estés en paz. Recuerda que las palabras tienen poder y que el viento nunca se las lleva: “Una cometa se puede recoger después de echarla a volar, pero las palabras jamás se podrán recoger una vez que hayan salido de nuestra boca”.