miércoles, 12 de noviembre de 2008

¿NOS ESTÁ CAMBIANDO INTERNET?

Hoy día la lectura on-line ha modificado la forma tradicional de abordar los textos. Esta lectura rápida se caracteriza por una rápida sucesión de ojeadas a titulares llamativos y a resúmenes cortos, en el orden fragmentario y disperso de una maraña de hipervínculos. Este simple hecho se presenta ya como una mutación de los mecanismos mentales y físicos adaptados durante siglos para la lectura. La lectura de libros narrativos y las largas horas que pasábamos ya pasan a otro plano. Los sintomas del nuevo mal se entienden cuando nuestra concentración comienza a dispersarse después de dos o tres páginas. Nos inquietamos, perdemos el hilo, y sentimos que nuestros cerebro va a la deriva y tenemos que arrastrarlo para que vuelva al texto. Ya la lectura que solía fruir con naturalidad se ha convertido en un combate.



El mundo a través de una pantalla

El autor de este libro, Lee Siegel, considera Internet como el epítome de la cultura de masas, un fenómeno que para el escritor no tiene ya tanto que ver con cosmovisiones, sino que se reduce a una estrategia comercial de dimensiones globales. Siegel califica de "igualitarismo antidemocrático" al recurso alienante para "permitir que la reivindicación más firme arrincone el talento más concienzudo". El mundo a través de una pantalla viene a ser también una advertencia contra las maneras de abonar las modalidades posmodernas y descafeinadas del totalitarismo.

Siegel distingue entre la transmisión del conocimiento y la de la mera información: "Uno desea tener conocimientos por sí mismo, no por querer saber lo mismo que los demás o porque quiera transmitirlo a otras personas. El conocimiento garantiza la independencia. En cambio, cuando nos informamos pensamos igual que todos los demás que están absorbiendo la misma información".

Se trata de una lectura que no está hecha para dejar poso, sino más bien para dejar paso a otra que la desactualiza.

martes, 11 de noviembre de 2008

EL TRABAJO: ESCUELA DE VALORES”


Analizar cómo el trabajo es una escuela de valores, es atrevernos a hacer un juicio minucioso de una realidad que tocamos día a día y en la que pasamos gran parte de nuestra vida, de ahí se desprende que tengamos que hacerlo con perfección humana pues tiene una importante repercusión para la vida futura.

Desde que nos contrataron a una temprana edad, en la que aún no sabíamos ni siquiera que era un Hospital, hasta pasados 20 años en esta empresa pública en la que ya por fin somos plantilla, han ocurrido múltiples experiencias que han marcado nuestras vidas y nos han hecho mejores personas.

En este recorrido por los distintos servicios del Hospital se van recopilando en nuestro interior alegrías y tristezas por todo lo que hemos vivido, tanto de compañeras como a través de los pacientes, haciéndonos personas más humanas, más emprendedoras, dotándonos de una fuerza interna que nos ha hecho capaces de superar las dificultades más adversas.

Descubrimos una escuela donde aprendemos multitud de valores, como el orden, la prudencia al tratar historias delicadas de pacientes, la coherencia con nuestra forma de pensar, la responsabilidad de acabar bien nuestro trabajo, la humildad para reconocer que también fallamos y la valentía para defender nuestros derechos.

El trabajo es un gran bien para el hombre, aunque a veces se revista de dureza, y no sólo un bien útil o para disfrutar, sino un bien digno, es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta. Una vida sin trabajo se corrompe, y en el “trabajo el hombre” se hace más hombre, “más digno y más noble”, si lo lleva a cabo con responsabilidad y sin chapuzas.

Nuestro trabajo es vínculo de unión con los demás seres humanos; fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se sirve, y al progreso de toda la Humanidad.


El desempeño del trabajo profesional requiere una serie de condiciones humanas, que unas veces las tienen implícitas algunas personas y otras hay que aprenderlas, como pueden ser la diligencia en el cumplimiento de lo que nos hayan encargado, la constancia, la puntualidad, la amabilidad, el respecto mutuo entre compañeros, el amor a nuestro quehacer diario, el prestigio y la competencia profesional.


El trabajador negligente o desinteresado en cualquier puesto que ocupe en la sociedad, ofende en primer lugar la propia dignidad de su persona y la de aquellos a quienes se destinan los frutos de esa tarea mal realizada. El trabajo mal hecho, el realizado con desidia, con retrazo y chapuzas, no sólo es una falta, sino que va contra la justicia, por el mal ejemplo y las consecuencias que de esta actitud se derivan. Esto es común en los servicios públicos, pero la misma empresa debería poner los medios a su alcance, con creatividad y no con dureza, para que sus trabajadores no incurran en estas faltas pues detrás de nuestro trabajo hay enfermos y personas que dependen de lo que hagamos bien o mal y, es lamentable que sufran por nuestros errores o falta de interés.

El gran enemigo del trabajo es la pereza, que se manifiesta de muchas maneras. No sólo es perezoso el que deja pasar el tiempo sin hacer nada, sino también el que realiza muchas cosas pero rehúsa llevar a cabo su obligación concreta: escoge sus trabajos según el capricho del momento y ante las pequeñas dificultades cambia rápido de tarea. El no vivir el orden tanto en los instrumentos que utilizamos como en el trabajo que hacemos, lleva consigo una pérdida de tiempo que es importante para sacar otras cosas. El perezoso suele ser amigo de “comienzos”, pero su repugnancia ante el sacrificio que supone un trabajo continuo y profundo le impide poner las “últimas piedras”, acabar bien lo que comenzó.

El trato con las demás personas, compañeros y enfermos, también debe destacar por ser amable, empatizando con sus problemas. Ante quién viene reclamando con un tono algo elevado, intentaremos captar su atención, ponernos en su lugar y ver lo injusto que es toda la burocracia que hay, intentando hacernos cargo de su problema y solucionarlo de la mejor manera posible. Tener delicadeza al no contar a nadie su problema, ser prudentes al tratar sus enfermedades, no caer en el chismorreo habitual, pues algún día nos puede pasar a nosotros.

En la convivencia diaria, la alegría, manifestada en la sonrisa oportuna o en un pequeño gesto agradable, abre la puerta a aquellas personas que vienen cargadas de problemas y desorientadas a nuestro Hospital. La alegría anima y ayuda al trabajo y a superar las numerosas contradicciones que a veces trae la vida. Una persona que se deja llevar de la tristeza y del pesimismo, hablando siempre mal de los jefes o del propio trabajo, sería un lastre, un pequeño cáncer para los demás. La alegría enriquece a otros porque es expresión de una riqueza interior que no se improvisa.

Hemos de amar y cuidar la propia tarea profesional. No debemos medir los trabajos sólo por el dinero, como si esto fuera lo único que en definitiva importará. La profesión es el lugar donde se desarrolla y perfecciona la propia personalidad, es un modo de servir a otras personas y en nuestro ámbito hospitalario podemos cada día mejorar un poco más. En nuestro Hospital hay muchas cosas que podemos hacer como puede ser, hacernos donantes, dar voluntariamente un poco de nuestro tiempo para aliviar el dolor de esos niños que hay ingresados con leucemia, tumores y un sinfín de enfermedades que podríamos alegrar con nuestra compañía.


El respecto mutuo es imprescindible, en una institución como la nuestra con más de 5000 empleados. La convivencia nos enseña también a respetar a aquellos que por alguna razón nos parecen menos amables, simpáticos y divertidos. El respecto es condición para contribuir a la mejora de los demás, porque cuando se avasalla a otros se hace ineficaz la tarea, la advertencia o lo que vayamos a encomendarle.

El prestigio profesional se gana día a día, en un trabajo silencioso, cuidado hasta el detalle, hecho a conciencia, sin dar demasiada importancia a ser vistos y no. En esta empresa es una gran pena que haya trabajadores con una buena preparación y disposición y estén marginados porque no son afines a los directivos de este momento. Esto no debe significar que por ello dejen de estudiar y prepararse, ya que algún día su trabajo será reconocido y valorado.

El trabajo no debe llenar el día de tal manera que ocupe ese tiempo dedicado a la familia, los amigos... Sería un síntoma claro de que nos estamos buscando en él a nosotros mismos. Esta deformación es quizá la más peligrosa en nuestro tiempo, de ahí tantas separaciones y problemas psicológicos de niños a tempranas edades, debido a la falta de cariño de su padre o su madre.


Nuestro mundo y en concreto nuestro Hospital está necesitado de hombres y mujeres de una pieza, ejemplares en sus tareas, sin complejos, profundamente humanos, firmes, comprensivos, justos, leales, alegres, optimistas, laboriosos, para que así sean buenos instrumentos en esta grandiosa empresa como es nuestro Hospital.

Hemos de realizar el trabajo a conciencia, haciendo rendir el tiempo, sin dejarnos dominar por la pereza; mantener la ilusión por mejorar día a día la preparación profesional; cuidar los detalles -en las cosas pequeñas que son las de más valor- en la tarea cotidiana en especial, con nuestras compañeras, con nuestros jefes.

En conclusión hacer de nuestro trabajo un sitio donde nos sintamos realizados, sencillos y humildes para enseñar sin darse importancia; tener serenidad, para que la actividad intensa no se convierta en activismo; el dejar la tarea y las preocupaciones a un lado cuando nuestra familia lo requiera y acabar nuestra vida dando gracias a Dios por habernos puesto alli, donde alguien nos necesitaba o, simplemente sin saberlo, hemos contribuido a una feliz estancia en el Hospital .
1.- Disfruta de la comida: come alimentos diferentes cada día, evita la monotonía.

2.- Come con regularidad: haz 5 comidas al día, así garantizaremos el aporte nutricional correcto.

3.- El desayuno es fundamental: ayuda a mantener la actividad física de todo el día. Incluye fruta, lácteos y cereales. Y disfruta con él.
4.- Equilibrio y moderación: no elimines ningún alimento de la dieta, simplemente controla el tamaño de las raciones de alimentos que, por su composición, deben ser limitados en el menú diario.

5.- 5 al día... 3 de fruta y 2 de verdura: su consumo está relacionado con la disminución de riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer, y además mejora la presión arterial.

6.- Base la dieta en hidratos de carbono: deben aportar al menos el 55% de la energía total diaria, lo que equivale a unas 4-6 raciones de cereales. Con ello reducimos la cantidad de grasas en la dieta como medio de obtención de energía. Y aumenta el consumo de fibra: que sea de unos 25 g/día, para mejorar el tránsito intestinal. Incluye por tanto cereales integrales en la dieta.

7.- Bebe muchos líquidos: para mantener una buena hidratación ingiera unos 1,5 litros al día de líquido. No hay que esperar a tener sed.

8.- Cuidado con las grasas: aunque son necesarias, ya que son una buena fuente de energía y nutrientes esenciales, no se debe abusar de las grasas, sobre todo de las saturadas, ya que aumentan el riesgo de determinadas enfermedades.

9.- Modera el consumo de sal: aunque todos los alimentos ya contienen sodio en mayor o en menor proporción, pero en general suficiente para cubrir las necesidades de la mayoría, su aporte en el cocinado aumenta la palatabilidad de los alimentos. Hay que tener cuidado con el exceso de sodio, que provoca hipertensión.

10.- Haga ejercicio: es fundamental ser activos para el mantenimiento de la salud y prevenir una serie de enfermedades como obesidad, hipertensión, cardiopatía isquémica... Además el ejercicio equilibra la relación entre la energía que ingerimos y la que gastamos.